PECHITOS CON
AJÍ. UN GRATO RECUERDO DE LA INFANCIA
Por Miguel
Arturo Seminario Ojeda
Hoy suena raro hablar sobre los
peches, esos pajaritos que si bien no eran comunes en las casas de Sullana, si
se les veía en Tambogrande, Lancones y Querecotillo, y de vez en cuando,
prisioneros en algunas casas del mundo urbano de Piura y Sullana. Al parecer,
estas aves hacen su nido sobre la tierra, y procuran levantarlos lo más lejos
posible de donde se desplazan seres humanos, en salvaguarda de las crías.
La primera vez que los vi de cerca,
fue cuando don Porfirio Oviedo llevó un nido completo a su esposa, eran 4
peches, polluelos todavía, que repentinamente cambiaron su hábitat silvestre,
para pasar a vivir dentro de un tinajón que servía de gran nido, y ahí estaban,
siempre con la boca abierta, esperando que la mamá o el papá peche, les trajeran la comida, que
depositaban en el pico de las crías, que cuando más hambrientas estaban, el
pico en forma de rombo se abría exageradamente ante el menor ruido. Yo pase
varias veces alrededor del tinajón, y vi como el ruido era el estímulo que como
un resorte invisible, hacía que los peches abrieran la boca incontroladamente,
como queriendo decir, quiero comer.
Las mellizas Oviedo estaban orgullosas
de los polluelos, los peches tenían fama de ser excelentes cantores, eran
tiempos en que no había radios en las casas, salvo a pilas, porque en el
creciente sector en el que fuimos a vivir, no había electricidad, y la ciudad
de Sullana gozaba de este servicio por horas en algunas calles del centro. Por
eso no eran raros los jilgueros, los peches, los negros y las soñas, que
alegraban el ambiente con sus trinos, de manera que las mellizas, Pilar y Flor
de María Oviedo creyeron haberse sacado la lotería musical, mientras esperaban
el crecimiento de los peches, a quienes seguro los gatos ya habían puesto el
ojo.
Las mellizas nunca bajaban la guardia,
un montoncito de piedras cerca al tinajón, se convertía en armas mortales
cuando gatos desconocidos merodeaban por los alrededores de su casa, y es que
mientras pasaban los días, los polluelos fueron creciendo y siempre con la boca
abierta y el buche lleno, generaban expectativas en una espera que se hacía
larga, mientras las mellizas soñaban con el orquestín familiar.
Una tarde, antes de anochecer, las
mellizas jugaban alborotadamente con mis hermanas y las niñitas Atacha Vilela y
Velasco Farías, y más pudo el conocido
juego del “mata gente”, “camarón que se duerme se lo lleva la corriente”, y las
rondas de arroz con leche y otros juegos, que por un momento se olvidaron de
los peches, y de su tarea de ponerlos a resguardo de los gatos cuando empezaba
a oscurecer.
El juego de las niñas se prolongó
hasta la noche, después vinieron otros entretenimientos, se acababan las
vacaciones ese día, y había que sacarle el provecho, porque al día siguiente,
la escuela las esperaba con las puertas abiertas. Todo era un jolgorio, hasta
que al fin se fueron a descansar, olvidándose por completo de los peches.
Cuando los gatos percibieron que había
novedades positivas para ellos, habrán ronroneado con gran júbilo, y sin que
nadie los invite, fueron tras los peches que ya estaba en condiciones de batir
sus alas, más no de alzar vuelo. Seguro que cuando los polluelos escucharon el
ruido, habrán creído que era Papá Noel que les traía una buena ración, no
percibieron que no venía comida, sino que los gatos los identificaban como un
bocado apetitoso, y listo para devorar.
Cómo habrán abierto los piquitos de
puro contentos, y de pronto, ¡zas!, de un solo tarascazo los gatos se los
pasaron casi enteros, y cuando los peches reaccionaron, ya estaban vivos dentro
de los estómagos de los gatos, dentro del cuarto oscuro de los félidos,
desbaratando el esperado orquestín de las mellizas Oviedo, que ni siquiera
sintieron el ruido, porque estaban “rendidas” de tanto jugar.
Los gatos sin lugar a dudas, no sabían
que estaban frustrando un gran proyecto de las mellizas Oviedo, quienes al día
siguiente, en medio de gritos desconsolados, planeaban poner una trampa a los
gatos para despellejarlos vivos, pero los digitígrados no volvieron más.
Mientras yo observaba la escena al
lado de los hermanos de las mellizas y de las hermanitas Seminario Ojeda,
Atocha Vilela y Velasco Farías, recordaba la fábula de la lechera, y soñaba que
pronto instalaran la luz eléctrica en el barrio, y cuando llegó en 1972, de
inmediato me dije, de haberse contado con la luz artificial en 1967, hasta hoy
tuviésemos descendientes de los peches en el barrio.
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