QUERECOTILLANO, CON CHICHA NACE, CON CHICHA SE DEFIENDE.
Por: Guillermo E. Burneo Cardó
Oculta como una bellísima escondida
entre los follajes de la exuberante superficie verde que orla y engalana el
margen derecho del antiguo Turicarami, hoy Chira, se encuentra Querecotillo,
capital del distrito del mismo nombre que junto con siete distritos más, le dan
morfología y estructura a la provincia de Sullana.
Antiguamente, fue un pueblo
pacífico tallán, adorador de la luna, a la que tradicionalmente le incineraban
árboles, como acto de fe, como gesto singular de hondo sentido religioso.
Ellos, sus pobladores, creían que la luna era la madre del Sol y por lo tanto,
mucho más bella y sugestiva, más romántica y cautivadora.
Al llegar a estas tierras los
huestes del Inca Pachacutec, el soberano del Tahuantinsuyo ordenó a sus
soldados respetar los ritos, costumbres, historias y tradiciones de este
pequeño enclave tallán y él mismo, con
profunda unción, comenzó a llamarlo la tierra de los “querucotquilla”, que en
su lengua runa sumi significa “los adoradores de la luna”.
Y es que, así es el perfil
sicológico de típico habitante del maravilloso valle del Chira, un hombre
tranquilo, afable, cordial, lógicamente, mientras no lo toquen, porque, si lo rascan…. ni la historia responde de sus actos, aunque ¡perdón!,
digo mal, la historia si responde, pero, con escenas cargadas de heroísmo y de
auténtico ejemplo de virtud cívica y de valor social. Pero eso, en buen
español, decimos: “Del agua mansa me libre Dios, que de la brava, me libro yo”.
Recordemos, a propósito, una de ellas que sucedió hace mucho tiempo atrás.
¡Cuenta la historia, que en las jornadas
de San Juan y Miraflores, en enero de 1881,
habíamos perdido todo tipo de posibilidad de combate con Chile y el enemigo
empezó a invadir por todos lados del territorio nacional. Era la temible
truculencia y despreciada expedición del almirante don Patricio Lynch.
Allí nomas al mes siguiente,
ocupaba Trujillo, Chiclayo y Pacasmayo, con la intención de controlar los movimientos
del Contralmirante Lizardo Montero, nuestro compatriota, que había sido
nombrado jefe político y militar del norte por el presidente García Calderón.
De inmediato se extendió a Piura,
en donde estaba como Prefecto el Coronel Adolfo Negrón.
Mientras avanzaba esta excursión
por tierra, el 27 de setiembre el coronel Novoa, chileno, llegaba a Paita, a
bordo del crucero “Amazonas” acompañado del transporte “Chile”, con 900
soldados de infantería, 100 de caballería y coñones. Al día siguiente, se
pusieron en marcha hacia Piura, cruzando
el tablazo, donde llegaron y permanecieron hasta el 12 de octubre,
cometiendo todo tipo de tropelías, abusos, agresiones y saqueos, que se
confundían con los actos de heroísmo y audacia de nuestros pobladores.
En julio de 1883, Piura seguía
siendo un bastión o baluarte de resistencia nacional lo cual mortificaban tanto
al almirante sureño que dispuso de inmediato que de Chimbote partiera una
fuerza de 400 zapadores, 150 jinetes y artillería, al mando del Coronel
Demetrio Carvallo, para que sofocara los brotes de rebeldía piurana.
El coronel llegó el 16 de setiembre
a Paita y al día siguiente invadió Sullana, dejando un fuerte destacamento en
este lugar, mientas seguía a pie con el resto del soldados hasta Piura.
Los querecotillanos estaban
enterados de todos los avances del advenedizo invasor y ardían sus pechos de
peruanidad, pero se mantenían serenos, cautos, prudentes, buscando un momento
propicio para demostrar arrojo, temeridad, intrepidez y bravura.
Un día, el ejército mapocho
acantonado en Sullana, decidió incursionar en Querecotillo, para cometer allí,
otra perla más del collar de sus tropelías e infaustas andanzas.
La ciudad parecía una plaza sumisa
y humillada, a tal punto que entre ellos decían convencidos; ¡No hay cuidado,
que es buey manso!.
Aprovechando esta tranquilidad,
abandonaron el cuartel y marcharon seguros hasta su objet
ivo bélico. En la entrada del pueblo, vieron una modesta casa de adobe, atestada de pobladores.
Pensando en que allí iban a
encontrar comida, se aproximaron y bajaron de sus bestias; no se equivocaron,
en realidad era una picantería, hecho que le produjo una inmensa satisfacción.
Por el contrario, los parroquianos
se irritaron al evidenciar la presencia de ellos. Comenzó, lógicamente a reinar
un ambiente hostil y no agradable.
El jefe chileno, haciendo abuso de
su autoridad militar y queriendo burlarse de los sencillos campesinos entró a
la cocina resonando sus sucias botas y vociferó neurasténico.
¡Comida y chicha para todos mis
soldados!, ¡y que se retiren estos puercos – señalando a los civiles – que apestan
y estorban!.
Un color rojo vivo se evidenció en
las caras modestas de los parroquianos y la ira dio un chispazo en sus
espíritus, pero supieron controlarla. En Sullana, los enemigos habían llegado
al colmo de convertir la iglesia en potrero, pero ellos, de ninguna manera iban
a aceptar tal insulto.
Conocedores de que la dueña tenía
en una habitación adyacente chicha en preparación y al observar que todos los
chilenos estaban ya en el interior de la casa, ágiles cerraron las puertas,
tomando prestos los depósitos de chicha hirviendo y los arrojaron raudos a los
intrusos forasteros.
Otros vecinos se enteraron
rápidamente de lo acontecido y llegaron veloces a brindar ayuda a sus
coterráneos. Fue ello una escena de estupenda valentía, de arrojo e intrepidez
de asombro y admiración: parroquianos, luchando con chicha, palos y piedras,
con ánimos de león o de tigre en acecho, haciendo correr despavoridos a un
grupo de militares jactanciosos y armados.
Eso era, un buen castellano, poner
en práctica el viejo adagio de “Ir por lana y salir trasquilado”.
El pecho de los moradores estaba
henchido de regocijo y en voz baja comentaban sonrientes: - ¡Un clavo, saca
otro clavo!.
Fue un episodio tan emocionante
para los patriotas civiles lugareños a partir de él, comenzó a decir con
legítimo orgullo esta frase redonda, que como
diamante de muchos quilates, se conserva en la tradición regional, pero
que se conoce en todos los territorios del país.
“ ¡Querecotillano; con chicha nace
y con chicha se defiende!”.
Y como se dice en el común de las
gentes: “ ¡Ni más Peruchuco, ni más Huamantanga!”.
Desde esa vez, nunca más se volvió
a ver un chileno por esas tranquilas tierras del valle.
Los chilenos permanecieron hasta el
16 de octubre de 1883, en toda esta
región norteña. El 17, se embarcaron en el crucero “Amazonas”, rumbo al sur,
para siempre.
Los pobladores, cantaban, felices:
-“Mamá, ¿Qué me come el cuco?, Mamá
¿no me comerá? – No te asustes, por tan poco. ¡Que el cuco no come ya!.
Y es que para este pacífico hombre del
valle, cuando llega el momento de defender su patria, su pundonor, su Dios o
algo que considera sagrado, hasta la chicha le sirve de fusil en la batalla.
Suceso, Setiembre 8, 1996
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