domingo, 11 de septiembre de 2016

QUERECOTILLANO, CON CHICHA NACE, CON CHICHA SE DEFIENDE

QUERECOTILLANO, CON CHICHA NACE, CON CHICHA SE DEFIENDE.
Por: Guillermo E. Burneo Cardó

Oculta como una bellísima escondida entre los follajes de la exuberante superficie verde que orla y engalana el margen derecho del antiguo Turicarami, hoy Chira, se encuentra Querecotillo, capital del distrito del mismo nombre que junto con siete distritos más, le dan morfología y estructura a la provincia de Sullana.
Antiguamente, fue un pueblo pacífico tallán, adorador de la luna, a la que tradicionalmente le incineraban árboles, como acto de fe, como gesto singular de hondo sentido religioso. Ellos, sus pobladores, creían que la luna era la madre del Sol y por lo tanto, mucho más bella y sugestiva, más romántica y cautivadora.
Al llegar a estas tierras los huestes del Inca Pachacutec, el soberano del Tahuantinsuyo ordenó a sus soldados respetar los ritos, costumbres, historias y tradiciones de este pequeño enclave  tallán y él mismo, con profunda unción, comenzó a llamarlo la tierra de los “querucotquilla”, que en su lengua runa sumi significa “los adoradores de la luna”.
Y es que, así es el perfil sicológico de típico habitante del maravilloso valle del Chira, un hombre tranquilo, afable, cordial, lógicamente, mientras no lo toquen,  porque, si lo rascan….  ni la historia responde de sus actos, aunque ¡perdón!, digo mal, la historia si responde, pero, con escenas cargadas de heroísmo y de auténtico ejemplo de virtud cívica y de valor social. Pero eso, en buen español, decimos: “Del agua mansa me libre Dios, que de la brava, me libro yo”. Recordemos, a propósito, una de ellas que sucedió hace mucho tiempo atrás.
¡Cuenta la historia, que en las jornadas  de San Juan y Miraflores, en enero de 1881, habíamos perdido todo tipo de posibilidad de combate con Chile y el enemigo empezó a invadir por todos lados del territorio nacional. Era la temible truculencia y despreciada expedición del almirante don Patricio Lynch.

Allí nomas al mes siguiente, ocupaba Trujillo, Chiclayo y Pacasmayo, con la intención de controlar los movimientos del Contralmirante Lizardo Montero, nuestro compatriota, que había sido nombrado jefe político y militar del norte por el presidente García Calderón.
De inmediato se extendió a Piura, en donde estaba como Prefecto el Coronel Adolfo Negrón.
Mientras avanzaba esta excursión por tierra, el 27 de setiembre el coronel Novoa, chileno, llegaba a Paita, a bordo del crucero “Amazonas” acompañado del transporte “Chile”, con 900 soldados de infantería, 100 de caballería y coñones. Al día siguiente, se pusieron en marcha hacia Piura, cruzando  el tablazo, donde llegaron y permanecieron hasta el 12 de octubre, cometiendo todo tipo de tropelías, abusos, agresiones y saqueos, que se confundían con los actos de heroísmo y audacia de nuestros pobladores.
En julio de 1883, Piura seguía siendo un bastión o baluarte de resistencia nacional lo cual mortificaban tanto al almirante sureño que dispuso de inmediato que de Chimbote partiera una fuerza de 400 zapadores, 150 jinetes y artillería, al mando del Coronel Demetrio Carvallo, para que sofocara los brotes de rebeldía piurana.
El coronel llegó el 16 de setiembre a Paita y al día siguiente invadió Sullana, dejando un fuerte destacamento en este lugar, mientas seguía a pie con el resto del soldados hasta Piura.
Los querecotillanos estaban enterados de todos los avances del advenedizo invasor y ardían sus pechos de peruanidad, pero se mantenían serenos, cautos, prudentes, buscando un momento propicio para demostrar arrojo, temeridad, intrepidez y bravura.
Un día, el ejército mapocho acantonado en Sullana, decidió incursionar en Querecotillo, para cometer allí, otra perla más del collar de sus tropelías e infaustas andanzas.
La ciudad parecía una plaza sumisa y humillada, a tal punto que entre ellos decían convencidos; ¡No hay cuidado, que es buey manso!.
Aprovechando esta tranquilidad, abandonaron el cuartel y marcharon seguros hasta su objet

ivo bélico. En la entrada del pueblo, vieron una modesta casa de adobe, atestada de pobladores.
Pensando en que allí iban a encontrar comida, se aproximaron y bajaron de sus bestias; no se equivocaron, en realidad era una picantería, hecho que le produjo una inmensa satisfacción.
Por el contrario, los parroquianos se irritaron al evidenciar la presencia de ellos. Comenzó, lógicamente a reinar un ambiente hostil y no agradable.
El jefe chileno, haciendo abuso de su autoridad militar y queriendo burlarse de los sencillos campesinos entró a la cocina resonando sus sucias botas y vociferó neurasténico.
¡Comida y chicha para todos mis soldados!, ¡y que se retiren estos puercos – señalando a los civiles – que apestan y estorban!.
Un color rojo vivo se evidenció en las caras modestas de los parroquianos y la ira dio un chispazo en sus espíritus, pero supieron controlarla. En Sullana, los enemigos habían llegado al colmo de convertir la iglesia en potrero, pero ellos, de ninguna manera iban a aceptar tal insulto.
Conocedores de que la dueña tenía en una habitación adyacente chicha en preparación y al observar que todos los chilenos estaban ya en el interior de la casa, ágiles cerraron las puertas, tomando prestos los depósitos de chicha hirviendo y los arrojaron raudos a los intrusos forasteros.
Otros vecinos se enteraron rápidamente de lo acontecido y llegaron veloces a brindar ayuda a sus coterráneos. Fue ello una escena de estupenda valentía, de arrojo e intrepidez de asombro y admiración: parroquianos, luchando con chicha, palos y piedras, con ánimos de león o de tigre en acecho, haciendo correr despavoridos a un grupo de militares jactanciosos y armados.
Eso era, un buen castellano, poner en práctica el viejo adagio de “Ir por lana y salir trasquilado”.
El pecho de los moradores estaba henchido de regocijo y en voz baja comentaban sonrientes: - ¡Un clavo, saca otro clavo!.
Fue un episodio tan emocionante para los patriotas civiles lugareños a partir de él, comenzó a decir con legítimo orgullo esta frase redonda, que como  diamante de muchos quilates, se conserva en la tradición regional, pero que se conoce en todos los territorios del país.
“ ¡Querecotillano; con chicha nace y con chicha se defiende!”.
Y como se dice en el común de las gentes: “ ¡Ni más Peruchuco, ni más Huamantanga!”.
Desde esa vez, nunca más se volvió a ver un chileno por esas tranquilas tierras del valle.
Los chilenos permanecieron hasta el 16  de octubre de 1883, en toda esta región norteña. El 17, se embarcaron en el crucero “Amazonas”, rumbo al sur, para siempre.
Los pobladores, cantaban, felices:
-“Mamá, ¿Qué me come el cuco?, Mamá ¿no me comerá? – No te asustes, por tan poco. ¡Que el cuco no come ya!.
Y es que para este pacífico hombre del valle, cuando llega el momento de defender su patria, su pundonor, su Dios o algo que considera sagrado, hasta la chicha le sirve de fusil en la batalla.

Suceso, Setiembre 8, 1996

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